Erase una vez, un anciano maltrecho llamado José y con las consecuencias naturales de la edad. Vivía en una choza muy humilde y apenas le alcanzaba lo que tenía para llevarse un pan a la boca. Un día, conoció de manera casual, a una niña llamada Miranda, quien siempre pasaba por el frente de su choza para ir al colegio. La niña lo vio un poco enfermo, sentado en una vieja banca. Le compartió su almuerzo al pobre hombre y le preguntó por qué vivía de esa forma y si no tenía quien lo cuidase. El anciano le respondió:
Mira niña, ya a mi edad la gente piensa que soy inservible, que soy un estorbo, pero si supieran tan sólo el treinta por ciento de lo que yo se y de lo que yo he vivido, se darían cuenta que los ancianos tenemos mucho para dar. Por ejemplo, la gente no es feliz porque busca en banalidades la felicidad. Te lo explicaré mejor, agregó.
La gente sufre porque el día está nublado, porque tiene que ir a trabajar. La gente se la pasa sufriendo porque buscan en el lugar equivocado la felicidad. Por eso, niña, te digo que tu no busques la felicidad en todo aquello que tus ojos puedan ver, sino que la busques en donde la gente nunca ha buscado y eso es dentro de cada uno. Si tu buscas la felicidad dentro de tí, ten por seguro que la encontrarás y nunca se irá de tí. Además, cuando la encuentres, como yo la he encontrado, no necesitarás nada más que un pan para llevarte a la boca. Además, cuando encuentres la dicha dentro de tí, lo demás llegará por añadidura.
Entonces Miranda quedó por un momento pensando en las palabras del anciano.
Se levantó, le dio un beso en la mejilla y le dijo:
Gracias, nos veremos mañana, me voy a buscar la felicidad.
Pedro Mario López
(escritor mexicano)
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